CáDIZ Y MALLORCA EMPATAN EN UNA TARDE DE DESENGAñOS

Los futbolistas engañan al árbitro, tratan de hacer trampas, aunque vigile el VAR, intentan trolear a sus rivales. Y trilearlos también, ¿debajo de qué cubilete está la pelotita? Solo hay una excepción: los calambres. Cae un futbolista tieso con la pierna estirada y aparecen amigos y rivales a remediar la dolencia, como si todos los jugadores del mundo fueran voluntarios de calambres sin fronteras. Uno opera, los demás rodean al caído y al enfermero, brazos en jarras, y observan la maniobra. Luego regresan al troleo, al trileo, a la trampa o la actuación estelar si cabe.

También en el Nuevo Mirandilla hubo calambres a causa del esfuerzo y del incipiente calor gaditano. Y de la hora, que no son horas para el fútbol en la Tacita de Plata, ni en ningún lugar, que se queda fría la sopa del almuerzo dominguero. Y también hubo troleos o actuaciones estelares, como cada partido. Y engaños.

Pero sobre todo hubo desengaños, porque un empate es un ni para ti, ni para mí, que únicamente contenta en la última jornada cuando sirve para satisfacer las necesidades de unos y de otros. Y no era el caso. Por supuesto, en los desengaños también hay grados, y si el del Cádiz está mucho más alto en la escala de Richter, el del Mallorca se puede considerar como leve. Nada parecido al de la final de Copa, que ese sí que derrumbó edificios. Ahora que han vuelto al barro, y abandonado el oropel cartujiano, para Aguirre, con su pantalón primaveral y sus zapatos a juego, el punto conseguido en Cádiz es también de inflexión después de dos jornadas negativas, aunque también tiene ese punto de desengaño, por lo que pudo ser y no fue.

Porque se adelantó el Mallorca, como habitúa cuando gana, en los primeros minutos, y se dejó empatar también como acostumbra, cuando parece que no pasa nada y lo controla todo. Marcó Muriqi antes del primer cuarto de hora de un cabezazo en plancha de los de rasgar la red, tras buscarle la espalda a Fali, después de un balón que le cruzó Valjent. Y empató el Cádiz, tras muchos minutos sin que nada pasara, porque el Mallorca ejerció su mayoría de bloqueo, en un centro de Sergi Guardiola, en el que Chris Ramos fue el jamón del sándwich entre los centrales visitantes, pero el que remató sin querer fue Mascarell en portería propia.

Pero el Cádiz, a quien el empate le sonaba más a desengaño, porque de casi nada le servía para salir de pobre, no reaccionó al toque de corneta que supuso el gol, salvo en un disparo de Guardiola que sacó astillas del poste, y que fue toque de diana para el Mallorca, que despertó por completo. Aguirre puso en el campo a Darder, para que le ordenara el tapete, y a Morlanes, y entre los dos taparon cualquier vía de agua que pudieran aprovechar los hombres de Pellegrino, que también hizo cambios, pero no le resultaron tan efectivos.

El Cádiz volvió a la cruda realidad de su partido, y en una jugada estrambótrica en la que Fali no se entendió con su portero, al que superó la cesión de cabeza, pudo marcar el Mallorca, aunque Chust ejerció de bombero. Luego, en los minutos finales llegó la mejor oportunidad mallorquina, cuando Morlanes ejerció de trilero, ¿dónde está la bolita? Estafó a tres gaditanos y le puso una pelota de gol a Darder, que, como no es delantero centro, dudó sobre la resolución. Al final disparó con la puntera, Conan rozó la pelota, que se estrelló en el poste. El desengaño del Mallorca llegó con esa jugada.

El del Cádiz, mayúsculo, después de un par de misiones de los voluntarios de calambres sin fronteras, cuando Rajkovic salió a poner la iluminación navideña, sin percatarse de que es abril, y se quedó colgando de la escalera. La pelota le fue a Roger, y su disparo, el último, se marchó a un palmo de la portería, que no estaba vacía, porque aparecieron cuatro hombres de rojo a custodiarla.

El desengaño cadista no hay quien lo remedie; el del Mallorca es más asumible.

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